miércoles, 27 de julio de 2011

La Papisa Juana, un mito, una leyenda ó una realidad…

Ayer cuando fui a buscar a mis hijos a un Shopping de la zona, mientras los esperaba me entretuve en una librería y termine adquiriendo el libro «La papisa» escrito por Donna W. Cross, es una historia asombrosa que nos relata la vida de Juana una mujer que ocupó el Trono de San Pedro. Es difícil determinar donde termina la realidad y donde comienza la leyenda aunque, como veremos, a continuación, existen demasiados indicios que nos llevan a sospechar que podemos encontrarnos ante una realidad que fue convenientemente ocultada por la Iglesia.

En realidad, la leyenda de la Papisa Juana cuenta la historia de una mujer que ejerció el papado católico ocultando su identidad sexual. El pontificado de la papisa se suele situar entre 855 y 857, es decir, el que, según la lista oficial de papas, correspondió a Benedicto III, en el momento de la usurpación de Anastasio el Bibliotecario. Otras versiones afirman que el propio Benedicto III fue la mujer disfrazada y otras dicen que el período fue entre 872 y 882, es decir, el del papa Juan VIII.
La leyenda: En síntesis, los relatos sobre la papisa sostienen que Juana, nacida en 822 en Ingelheim am Rhein, cerca de Maguncia, era hija de un monje. Según algunos cronistas tardíos, su padre, Gerbert, formaba parte de los predicadores llegados del país de los anglos para difundir el Evangelio entre los sajones. La pequeña Juana creció inmersa en ese ambiente de religiosidad y erudición, y tuvo la oportunidad de poder estudiar, lo cual estaba vedado a las mujeres de la época. Puesto que sólo la carrera eclesiástica permitía continuar unos estudios sólidos, Juana entró en la religión como copista bajo el nombre masculino de Johannes Anglicus (Juan el Inglés). Según Martín el Polaco, la suplantación de sexo se debió al deseo de la muchacha de seguir a un amante estudiante.
En su nueva situación, Juana pudo viajar con frecuencia de monasterio en monasterio y relacionarse con grandes personajes de la época. En primer lugar, visitó Constantinopla, en donde conoció a la anciana emperatriz Teodora. Pasó también por Atenas, para obtener algunas precisiones sobre la medicina del rabino Isaac Israeli. De regreso en Germania, se trasladó al Regnum Francorum (Reino de los francos), la corte del rey Carlos el Calvo.
Posteriormente Juana se trasladó a Roma en 848, y allí obtuvo un puesto docente. Siempre disimulando hábilmente su identidad, fue bien recibida en los medios eclesiásticos, en particular en la Curia. A causa de su reputación de erudita, fue presentada al papa León IV y enseguida se convirtió en su secretaria para los asuntos internacionales. En julio de 855, tras la muerte del papa, Juana se hizo elegir su sucesora con el nombre de Benedicto III o Juan VIII.
Dos años después, la papisa, que disimulaba un embarazo fruto de su unión carnal con el embajador Lamberto de Sajonia, comenzó a sufrir las contracciones del parto en medio de una procesión y parió en público. Según Jean de Mailly, Juana fue lapidada por el gentío enfurecido. Según Martín el Polaco, murió a consecuencia del parto.
Ahora bien, siempre según la leyenda, la suplantación de Juana obligó a la Iglesia a proceder a una verificación ritual de la virilidad de los papas electos. Un eclesiástico estaba encargado de examinar manualmente los atributos sexuales del nuevo pontífice a través de una silla perforada. Acabada la inspección, si todo era correcto, debía exclamar: Duos habet et bene pendentes (Tiene dos, y cuelgan bien). Además, las procesiones, para alejar los recuerdos dolorosos, evitaron en lo sucesivo pasar por la iglesia de San Clemente, lugar del parto, en el trayecto del Vaticano a Letrán.
Utilizada por los detractores, esas versiones se sostuvieron por muchos años hasta que en 1562 el agustino Onofrio Panvinio redactó la primera refutación seria de aquella leyenda, mientras que los protestantes luteranos se unieron a sus argumentos en el siglo XVII.
Existen dos versiones:
La versión de Martín de Opava es la siguiente:
Juan el Inglés nació en Maguncia, fue papa durante dos años, siete meses y cuatro días y murió en Roma, después de lo cual el papado estuvo vacante durante un mes. Se ha afirmado que este Juan era una mujer, que en su juventud, disfrazada de hombre, fue conducida por un amante a Atenas. Allí se hizo erudita en diversas ramas del conocimiento, hasta que nadie pudo superarla, y después, en Roma, profundizó en las siete artes liberales (trivium y quadrivium) y ejerció el magisterio con gran prestigio. La alta opinión que tenían de ella los romanos hizo que la eligieran papa. Ocupando este cargo, se quedó embarazada de su cómplice. A causa de su desconocimiento del tiempo que faltaba para el parto, parió a su hijo mientras participaba en una procesión desde la basílica de San Pedro a Letrán, en una calleja estrecha entre el Coliseo y la iglesia de San Clemente. Después de su muerte, se dijo que había sido enterrada en ese lugar. El Santo Padre siempre evita esa calle, y se cree que ello es debido al aborrecimiento que le causa este hecho. No está incluido este papa en la lista de los sagrados pontífices, por su sexo femenino y por lo irreverente del asunto.
Martín de Opava, Chronicon Pontificum et Imperatum.

Jean de Mailly, por su parte, dice:
Se trata de cierto Papa o mejor dicho Papisa que no figura en la lista de Papas u Obispos de Roma, porque era una mujer que se disfrazó como un hombre y se convirtió, por su carácter y sus talentos, en secretario de la curia, después en cardenal y finalmente en papa. Un día, mientras montaba a caballo, dio a luz a un niño. Inmediatamente, por la justicia de Roma, fue encadenada por el pie a la cola de un caballo, arrastrada y lapidada por el pueblo durante media legua. En donde murió fue enterrada, y en el lugar se escribió: Petre, Pater Patrum, Papisse Prodito Partum (Pedro, padre de padres, propició el parto de la papisa). También se estableció un ayuno de cuatro días llamado ayuno de la papisa.
Jean de Mailly, Chronica Universalis Mettensis.

Historia de la leyenda
La opinión más extendida es que se trata de una leyenda que, sin embargo, fue dada por cierta por la propia Iglesia hasta el siglo XVI. Las sillas perforadas exhibidas en su apoyo no son al parecer otra cosa que las sillas curiales, que simbolizaban el carácter colegial de la Curia romana. Ninguna crónica contemporánea a los hechos narrados acredita la historia, y la lista de papas no deja ningún resquicio en que se pueda insertar el Pontificado de Juana. En efecto, entre la muerte de León IV, el 17 de julio de 855 y la elección de Benedicto III, entre los cuales sitúa Martín el Polaco a la Papisa, transcurrió muy poco tiempo, incluso teniendo en cuenta que el segundo no fue coronado hasta el 29 de septiembre del mismo año a causa del antipapado de Anastasio.
Estos datos son confirmados por pruebas sólidas, como monedas y documentos oficiales de la época. La crónica de Jean de Mailly sugiere, por su parte, un emplazamiento del Papado de Juana un poco anterior a 1100. Sin embargo, sólo transcurren unos meses entre la muerte de Víctor III, 16 de septiembre de 1087 y la elección de Urbano II, 12 de marzo de 1088, y sólo algunos días entre la muerte de este último 29 de julio de 1099 y la elección de Pascual II, 13 de agosto de 1099.
Las explicaciones de la leyenda son diversas: El mito fue tal vez ideado a partir del sobrenombre de Papisa Juana que recibió en vida el papa Juan VIII por lo que sus opositores consideraron debilidad frente a la Iglesia de Constantinopla, o quizá por el mismo sobrenombre aplicado a Marozia, autoritaria madre de Juan XI quien dominaba la iglesia como si fuera un Papa e influía en políticas. Por otra parte, el mito también remite a las inversiones rituales de valores propias de los carnavales.
Otro punto de partida de la leyenda puede ser la prohibición del Levítico: 21, 20 que esté al servicio del Altar un hombre con los testículos aplastados, es decir, un eunuco. La idea que la prohibición conlleva de verificar que sólo hombres enteros accedan al trono papal, estuvo probablemente en el origen de la inspección ceremonial y del testiculum habet et bene pendebant, un tema sugestivo para una disputatio de quolibet estudiantil en la escolástica de la Edad Media.
La leyenda se ha desarrollado a lo largo de la Edad Media. La primera mención conocida se encuentra en la crónica de Jean de Mailly, Dominico del Convento de Metz, redactada hacia 1255.
La leyenda se propagó muy rápidamente y sobre una gran extensión geográfica, lo que puede hacer suponer que existía con anterioridad y que el dominico se limitó a consignarla por escrito. Hacia 1260, la anécdota reaparece en el Tratado de las diversas materias de la predicación, de Esteban de Borbón, también Dominico y de la misma provincia eclesiástica que Mailly. Pero es sobre todo el relato hecho por Martín el Polaco en su Crónica de los pontífices romanos y de los emperadores, hacia 1280, el que le asegura el éxito.
La acogida que hacen los medios eclesiásticos de la anécdota, que en un principio fue aceptada como cierta, se ha explicado después por el interés del caso jurídico y por una voluntad de imponer una interpretación oficial del supuesto acontecimiento.
En efecto, también la leyenda es rápidamente revivida con fines polémicos. El Franciscano Guillermo de Ockham denuncia una intervención diabólica en la persona de Juan, que prefigura la de Juan XXII, adversario de los espirituales (disidentes franciscanos).
Durante el Gran Cisma de Occidente, la historia de Juana prueba, para las dos facciones, la necesidad legal de una posibilidad de destitución papal. También fue recogida por el polemista Jan Hus y después por los Luteranos, que veían en Juana la encarnación de la Prostituta de Babilonia descrita en el Apocalipsis:
También me dijo: «Las aguas que has visto, donde se sienta la ramera, son pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas. / Y los diez cuernos que viste, y la bestia, aborrecerán a la ramera, la dejarán desolada y desnuda, devorarán sus carnes y la quemarán con fuego. / Dios ha puesto en sus corazones el ejecutar lo que él quiso: ponerse de acuerdo y dar su reino a la bestia hasta que se hayan cumplido las palabras de Dios. / Y la mujer que has visto es la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra».
Apocalipsis de San Juan.

Todos estos ataques llevaron al erudito Onofrio Panvinio, monje Agustino, a redactar en 1562 la primera refutación seria de la leyenda, en su Vitæ Pontificum (Vida de los papas). En el siglo XVII, los luteranos se unieron a sus argumentos.
En 1886, el griego Emmanuel Royidis publicó «La Papisa Juana», que vino a relanzar el mito. Antes, Petrarca se había visto atraído por la leyenda. En el siglo XX se interesaron por ella otros escritores, como Lawrence Durrell, Renée Dunan, quien publicara en 1929 «L'Extraordinaire aventure de la Papesse Jeanne» (Las asombrosas aventuras de la Papisa Juana), o Alfred Jarry, entre sus obras publico en 1908 «La Papisa Juana», novela medieval.

La papisa de Donna W. Cross
Para conocer su historia tendremos que remontarnos al siglo IX, en plena Edad Media, cuando Europa se halla en una de las épocas más oscuras de su historia, una vez apagadas las débiles luces encendidas por el renacimiento carolingio a la muerte de Carlomagno en 814 y la posterior división del Imperio que había logrado construir en Europa, en un intento de imitar al antiguo y aún añorado Imperio Romano.
Conoceremos las figuras de dos papas y los violentos acontecimientos que rodearon la vida de Juana y el dramático desenlace de su vida, más propio de una gran producción de Hollywood. Una historia de violencia, sexo y brutalidad, adaptada a lo que era la vida en la Europa medieval.
La joven Juana de Ingelheim, mujer de genio y talento, no se conforma con las costumbres imperantes en la sociedad medieval. Instruida por sus padres en el arte de las letras y la medicina. Juana adopta la personalidad de su hermano muerto para ingresar en el monasterio de Fulda, donde se inicia en la vida monacal. Allí, convertida en el hermano Juan, la joven destaca como un excelente escolástico. Enviada a Roma, pronto se verá inmersa en la compleja trama de intrigas políticas y amorosas que envuelve a los estados pontificios. Superando todos los escollos, Juana es elegida papa el año 855 con el seudónimo Juan Anglico, la única mujer que ha ocupado el trono papal. Aunque considerada en la actualidad un personaje legendario, la existencia de la papisa Juana fue reconocida durante largo tiempo por la Iglesia Católica, para posteriormente ser negada a partir del siglo XVII. Leyenda o verdad histórica, esta novela, reconstruye con trazos nítidos el retrato vivo de una mujer extraordinaria, una heroína apasionada cuya ambición no fue el poder sino el conocimiento.
 

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