martes, 19 de julio de 2011

La política de los Amigos-enemigos…

Amigo-enemigo… Según el criterio de Carl Schmitt…

La tesis de que la política sólo es posible en tanto se logre identificar a un enemigo público  pertenece Carl Schmitt, un jurista alemán que dedicó buena parte de su obra a impugnar al liberalismo y que en 1932 escribió «El concepto de lo político».
Un ensayo en el que desarrollo ideas como: «La diferenciación específicamente política es la diferenciación entre el amigo y el enemigo».
 «Los conceptos de amigo y enemigo deben tomarse en su sentido concreto y existencial; no como metáforas o símbolos».
«Al igual que la palabra ‘enemigo’, la palabra ‘combate’ debe ser entendida aquí en su originalidad primitiva esencial».
 «Sólo es enemigo el enemigo público».
«Un mundo en el cual la posibilidad de un combate estuviese totalmente eliminada y desterrada, una globo terráqueo definitivamente pacificado sería un mundo sin la diferenciación de amigos y enemigos y, por lo tanto, sería un mundo sin política».
Cuando los nazis aún no habían llegado al poder, Schmitt dirigió una crítica constante hacia las instituciones de la agonizante República de Weimar.
Si se aspira a obtener una determinación del concepto de lo político, la única vía consiste en proceder a constatar y a poner de manifiesto cuáles son las categorías específicamente políticas. …
Supongamos que en el dominio de lo moral la distinción dominio es la del bien y el mal; que en lo estético lo es la de lo bello y lo feo; en lo económico la de lo beneficioso o lo perjudicial, o tal vez de lo rentable y lo no rentable. El problema es si existe alguna distinción específica (…) que se imponga por sí misma como criterio simple de lo político; y si existe, ¿cuál es?  
Pues bien, la distinción política específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción de amigo y enemigo.
Si la distinción entre el bien y el mal no puede ser identificada sin más con las de belleza y fealdad, o beneficio y perjuicio, ni ser reducida a ellas de una manera directa, mucho menos debe poder confundirse la oposición amigo-enemigo con aquéllas. (…)
El enemigo político no necesita ser moralmente malo, ni estéticamente feo, no hace falta que se erija en competidor económico, e incluso puede tener sus ventajas hacer negocios con él. Simplemente es el otro, el extraño, y para determinar su esencia basta con que sea existencialmente distinto y extraño en un sentido particularmente intensivo.
Carl Schmitt propone una concepción de lo político para su estudio y comprensión, pero sobre todo para clarificar y delimitar lo político. Schmitt quiere establecer los dominios de lo político y es ahí que lo encierra bajo el binomio amigo-enemigo.
Y ¿qué es el enemigo?, bien claro lo deja Schmitt: «lo extraño, lo diferente; simplemente eso, no es ni un competidor económico ni alguien moralmente malo». Analizando lo político desde esta perspectiva sin duda evitamos equiparar lo político a otro tipo de categorías, como las de bueno y malo, potestad de la moral. El análisis de lo político debe desmarcarse de lo emocional, no es un estado de ánimo ni forma parte del coto privado y personal (la política es cosa pública y por ello el enemigo es también público), sino que es aquello que establece y configura a diversos grupos de hombres en amigos y enemigos, ya surja esta confrontación de lo económico, de lo moral, de lo religioso... Es decir: «sólo cuando un grupo de hombres consigue la suficiente fuerza como para poder organizarse en concepto de amigos y enemigos respecto a otros grupos de hombres análogos se alcanza la dimensión política»; si por el contrario un grupo de hombres carece de la fuerza para confrontarse, para oponerse realmente a otra fuerza, la dimensión política no existe o al menos no es perceptible.
Tal como explicaría el jurista prusiano sin circunloquios: «Todo antagonismo u oposición religiosa, moral, económica, étnica o de cualquier otra naturaleza se transforma en oposición política en cuanto gana la fuerza suficiente como para agrupar de un modo efectivo a los hombres en amigos y enemigos»
Sin embargo, es el concepto «enemigo», más que el de amigo, el que marca la pauta de lo político, la posibilidad de una oposición: qué es la política sino oposición. Para Schmitt «es constitutivo del concepto de enemigo el que en el dominio de lo real se dé la eventualidad de una lucha». Al incorporar en el terreno de lo político la «lucha» hacemos ya referencia al elemento volitivo de lo político, es decir, aquello que empuja a la acción.
De esta forma podemos determinar que para Schmitt no existe lo político sin enemigos ni enemigos sin la posibilidad real de una lucha.
¿Quién fue realmente Carl Schmitt?
Fue un alemán nacido en 1888 en Plettemberg, Westfalia, un pueblito a casi 600 kilómetros de Berlín, cuya obra y sus sucesivas interpretaciones le valieron identidades múltiples y contradictorias: ¿era el nazi cuyos escritos jurídico-políticos legitimaron el poder del Führer?
¿El filósofo político más relevante del siglo XX?
¿Un ideólogo del antiliberalismo?
¿Un pensador de agudeza extraordinaria que inspira aún hoy, con su método, buena parte de la reflexión política posfundacional?
¿Un belicista nacionalista?
¿Un obseso del orden, enemigo de la anarquía?
¿Un filósofo de la excepción?
¿Un admirador de Hitler o del político inglés, judío, Disraeli, cuyo retrato coronaba su mesa de trabajo?
¿Un estudioso o un político?
No descartamos que haya sido el mismo Schmitt quien construyó laboriosamente capa tras capa esos rostros como modo eficaz de hacer olvidar el horror.
Formado en leyes, Schmitt alcanza notoriedad pública hacia mediados de 1920 durante la República de Weimar. Intelectual con compromiso político, escritor prolífico, investigador, gran lector de Shakespeare y Melville.
Muchos trazan paralelos entre Schmitt y Heidegger. Ambos pertenecen a esa generación de alemanes que estuvieron en el momento justo y en el lugar justo para ver y comprender con llamativa precisión las claves de la caída del capitalismo del librecambio. Ambos comparten además su origen provinciano y la temprana adhesión al nazismo.
Sí, además, Carl Schmitt fue un afiliado del Partido Nacionalsocialista alemán y ocupó un lugar relevante como intelectual y jurista del partido durante los primeros años del gobierno de Hitler y luego, hacia 1937, se aleja de ese espacio de privilegio y se distancia con prudencia del poder.
La respuesta afirmativa a la pregunta sobre el nazismo de Schmitt, en realidad no es una pregunta sobre la adhesión partidaria de un ciudadano, sino el carácter monstruoso que el nazismo reviste.
Y en ese sentido, para no caer en las simplicidades más fascistas, conviene pensar este vínculo como lo hicieron pensadores insospechados de complicidad como Adorno, Horkheimer o Arendt: trascender el silogismo «nazismo-monstruosidad, ergo, Schmitt-monstruo», y pensar más bien que el mal es banal, está ahí, vive entre nosotros.
Carl Schmitt fue juzgado en Nuremberg, preso durante un año, absuelto, arrestado nuevamente, finalmente liberado. En sus testimonios Schmitt es categórico: «En aquel tiempo me sentía superior. Quería dar un sentido propio a la palabra nacionalsocialismo».
«¿Por tanto Hitler tenía un nacionalsocialismo y usted otro distinto?» «Yo me sentía superior». «¿Superior a Hitler?», «Desde el punto de vista intelectual, infinitamente».
Retirado en su casa de Plettenberg, recibió allí a importantes pensadores contemporáneos, al gran lector de Hegel Alexandre Kojeve y al profesor judío Jacob Taubes.
Lo de Schmitt fue ciertamente una filosofía y teología de lo político, buscaba asegurar la autonomía y la preeminencia de la política, de la decisión política soberana, por sobre el descomunal avance de la lógica económico-técnica, bandera paradigmática del capitalismo liberal. Y la política, desde este punto de vista, no es otra cosa que la capacidad histórica de realizar la distinción amigo-enemigo.
Lamentablemente hay gobiernos que hacen toda su política desde ese sentido schmittiano de confrontación permanente.
Como lo enseñó Carl Schmitt, al vínculo amigo-enemigo le corresponde la relación de mando-obediencia. En gobiernos que utilizan esa forma, frecuentemente la ciudadanía es sustituida por la militancia.
Así que esos gobiernos lo único tratan es ubicar a todos: A los adversarios políticos, a aquellos que no opinan igual que ellos, al universo…, en el rango de  «enemigo público», en los términos de Schmitt.

Lo político puede extraer su fuerza de los ámbitos más diversos de la vida humana, de antagonismos religiosos, económicos, morales, etc. Por sí mismo lo político no acota un campo propio de la realidad, sino sólo un cierto grado de intensidad de la asociación o disociación de hombres.
Carl Schmitt

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