lunes, 6 de febrero de 2012

Rubén Darío un genio lírico hispanoamericano…

Un modesto homenaje al príncipe de las letras castellanas

Félix Rubén García Sarmiento, conocido como Rubén Darío, nació en Metapa, hoy Ciudad Darío, Matagalpa, el 18 de enero de 1867, y falleció en León, el 6 de febrero de 1916, fue un poeta nicaragüense, máximo representante del modernismo literario en lengua española. Es posiblemente el poeta que ha tenido una mayor y más duradera influencia en la poesía del siglo XX en el ámbito hispánico. Publicó sus primeros versos a los once años, y a finales del siglo XIX, ya consagrado, publicó «Azul», obra con la que se inició  «oficialmente» el Modernismo Hispanoamericano.
Azul (1888, segunda edición ampliada en 1890). Significa en su obra el momento de búsqueda, la influencia francesa de Víctor Hugo y los parnasianos, el preciosismo.
Prosas profanas (1896) es la culminación del Modernismo más exuberante y rotundo. Hay que destacar en este libro la sensualidad y el erotismo y el inicio de poemas sobre motivos españoles.
Cantos de vida y esperanza (1905) es sin duda su obra más importante. Aparece una ampliación temática, desde su propia intimidad a la comunicación con los demás. El tono se ha profundizado y, en muchos poemas, se aprecia una mayor sencillez de expresión. Hay que destacar una serie de impresionantes poemas en los que expresa su propia amargura, angustia y temor. La preocupación política la defensa del mundo hispánico en contra de la colonización anglosajona, especialmente norteamericana, es otro aspecto digno de señalar.
El cantor musical de cisnes, princesas y fiestas galantes es, en este momento, el creador del estremecedor poema «Lo fatal». Otros libros importantes son: El canto errante (1907) y Poema de Otoño y otros poemas (1910).

Abrojos
Lloraba en mis brazos vestida de negro,
se oía el latido de su corazón,
cubríanle el cuello los rizos castaños
y toda temblaba de miedo y de amor.
¿Quién tuvo la culpa? La noche callada.
Ya iba a despedirme. Cuando dije "¡Adiós!",
Ella, sollozando, se abrazó a mi pecho
bajo aquel ramaje del almendro en flor.
Velaron las nubes la pida luna...
Después, tristemente lloramos los dos.
* * *
¿Qué lloras? Lo comprendo.
Todo concluido está.
Pero no quiero verte,
alma mía, llorar.
Nuestro amor, siempre, siempre...
Nuestras bodas... jamás.
¿Quién es ese bandido
que se vino a robar
tu corona florida
y tu velo nupcial?
Mas no, no me lo digas,
no lo quiero escuchar.
Tu nombre es Inocencia
y el de él es Satanás.
Un abismo a tus plantas,
una mano procaz
que te empuja; tú ruedas,
y mientras tanto, va
el ángel de tu guarda
triste y solo a llorar.
Pero ¿por qué derramas
tantas lágrimas?... ¡Ah!
Sí, todo lo comprendo...
No, no me digas más.

Amo, amas
Amar, amar, amar, amar siempre, con todo
el ser y con la tierra y con el cielo,
con lo claro del sol y lo oscuro del lodo;
amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.

Y cuando la montaña de la vida
nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,
amar la inmensidad que es de amor encendida
¡y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!

De invierno
En invernales horas, mirad a Carolina.
Medio apelotonada, descansa en el sillón,
envuelta con su abrigo de marta cibelina
y no lejos del fuego que brilla en el salón .

El fino angora blanco junto a ella se reclina,
rozando con su pico la falda de Alençón,
no lejos de las jarras de porcelana china
que medio oculta un biombo de seda del Japón.

Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño;
entro, sin hacer ruido; dejo mi abrigo gris;
voy a besar su rostro rosado y halagüeño

como una rosa roja que fuera flor de lis;
abre los ojos; mírame con su mirar risueño
y en tanto cae la nieve del cielo de París.

Nocturno
Quiero expresar mi angustia en versos que abolida
dirán mi juventud de rosas y de ensueños,
y la desfloración amarga de mi vida
por un vasto dolor y cuidados pequeños.

Y el viaje a un vago Oriente por entrevistos barcos,
y el grano de oraciones que floreció en blasfemias,
y los azoramientos del cisne entre los charcos,
y el falso azul nocturno de inquerida bohemia.

Lejano clavicordio que en silencio y olvido
no diste nunca al sueño la sublime sonata,
huérfano esquife, árbol insigne, oscuro nido
que suavizó la noche de dulzura de plata...

Esperanza olorosa a hierbas frescas, trino
del ruiseñor primaveral y matinal,
azucena tronchada por un fatal destino,
rebusca de la dicha, persecución del mal...

El ánfora funesta del divino veneno
que ha de hacer por la vida la tortura interior;
la conciencia espantable de nuestro humano cieno
y el horror de sentirse pasajero, el horror

de ir a tientas, en intermitentes espantos,
hacia lo inevitable desconocido, y la
pesadilla brutal de este dormir de llantos
¡de la cual no hay más que Ella que nos despertará!

No hay comentarios:

Publicar un comentario